Añoranzas
Luis Eduardo Barranco Gutiérrez
La impotencia embarga a quienes con nostalgia evocan tiempos pretéritos cuando al aire se escuchaban las notas melodiosas que salían de la torre de la iglesia con las campanadas anunciando las horas del día, apaciguando la canícula al levantar la mirada y encontrarse con la majestuosidad del péndulo del reloj en los 360 grados de su recorrido rítmico y sincronizado dibujando la hora exacta.
Qué bueno para el cienaguero reconocerse en los símbolos que identifican a su ciudad, con la sensibilidad que incita el desarrollo de acciones en la participación ciudadana de los asuntos públicos, responsabilidad y compromiso de todos.
¿Qué se hicieron esas campanas de sonido agudo y melodioso que se irrigaba en el entorno de la ciudad? Seguramente se la llevaron, se la llevaron y se perdió, como la noticia del canto de Escalona en una situación acaecida en su Patillal del alma, que ante la acción de un ratero honrado se esfumaron del compartimiento donde se encontraban.
El servicio comunitario de la hora del reloj de la Iglesia San Juan Bautista hace parte de la propia identidad del ser cienaguero, quien inmutable prefiere permanecer en estado letárgico recreándose en la línea del tiempo detenido, que por años ha contagiado y sumido a la ciudad en un profundo adormecimiento del que parece resistirse salir. Así como el reloj debe echar a rodar su maquinaria en coordinación sincrónica, para proporcionar en el día tras día las horas que guíen el quehacer en la cotidianidad de la ciudad, querellando entre la desesperanza y la ilusión de quienes allí convivimos, algunos gestores de bienestar individual y colectivo del conglomerado, otros promocionando prácticas tendientes a rescatar la credibilidad en sus instituciones.
Una cuota de responsabilidad, en lo que concierne a las diferentes actuaciones del hacer, pensar y actuar en la familia, en la vecindad, nos corresponde con la promoción y prácticas de valores morales, tan extraños en la sociedad de hoy, en la que el ejercicio racional de esos valores conlleven a cultivar la esperanza de una ciudad y país justos, amables y en sana paz en los que se despliegue una permanente búsqueda por la excelencia y el rescate de las buenas costumbres, “… entonces necesitaremos de la humanidad del hombre”.
Todo esto trasciende, en el curso de la ineludible búsqueda del compromiso de hacernos copartícipes en la escogencia de nuestros líderes y gobernantes, quienes deben guiarnos y conducirnos por caminos de rencuentros con sueños y esperanzas de ver a nuestra ciudad convertida en el emporio que nuestros abuelos vivieron y que hoy con cierto dejo desesperanzador recordamos como una mina inagotable de riqueza que brota de la inmensidad de terrenos que el Hacedor nos ha suministrado…, (reconocimientos publicados en un periódico local de 1889).
Hoy el reto es no seguir esperando a que se cumplan esas ilusiones, confiando en lo que otros lograrán, porque definitivamente debemos dejar de ser simples espectadores en las participaciones de los asuntos públicos que conciernen a la ciudad, esa es nuestra misión ciudadana y razón de ser de nuestra existencia, haciendo detenimiento en las reflexiones del profesor Carlos Modesto Domínguez Ojeda, para que juntos construyamos un currículo comunitario para ver sonreír al viejo Cantón del San Juan de la Ciénaga.
Como en el mensaje de la añeja tonada que nos invita a no esperar más para emprender los caminos de reencuentros y de realizaciones aplazadas, démosles riendas sueltas a la imaginación que el compositor quiso expresar a su enamorada en compensación a tantas frustraciones:
El tictac del reloj
Pasará como los años
No me hagas esperar
Que esperar me hace daño